lunes, 7 de diciembre de 2009

Amar a Magdalena

מאפין אהבה Lucas Matus, Miraflores 2009


Buscar a dios en el vientre telúrico de una mujer
y no en las barbas ancianas de un presunto poder omnisciente…


Su apariencia cotidiana en las calles era como la de otros tantos millones de personas más circulando en contrasentido de los señalamientos de tránsito en los semáforos.
Manifestaba con su cara y sus gestos de trajín

(como todos),

la misma prisa, la misma urgencia de llegar a su destino

(lejano y bestial),

el mismo resentimiento sin causa aparente contra causas aparentes

y comprobables solo por la dialéctica del sinsentido común y la descalificación del probable y presunto enemigo.


Bajo sus afeites de persona usual y corriente,

nadie podía imaginar lo que en realidad se escondía dentro sus botas rojas de casquetes polares

y su gabardina violeta con añoranza de vuelos espaciales.

Secretamente amaba a los hombres de uniforme

(confesaron en su biografía inconclusa algunos de sus amantes vestidos de verde camuflaje pero evidentes enemigos de policías y milicos).

Aunque también

(dicen los que le conocieron),

lloraba profusamente cuando alguien no ponía atención a sus afanes.

Sus críticos y detractores afirmaban que ambos actos

(amar y llorar),

eran reminiscencias pueblerinas,

pero bah, a quien le importaba eso,

cuando Magdalena salía de noche desnuda de fervores y dispuesta a entregarse al mejor postor.

Por las noches no le hacían falta esquinas ni calles con nombres extranjeros o rimbombantes,

bastaba un trío de tragos

(de preferencia alcohol maltés),

alguna provocación indecente y por supuesto billeyos verdes de por medio

(en tiempos de crisis y pesos flotantes, siempre son más seguros, los billetes que en dios confían como moneda de cambio),

para corromper su voz y sus vocales

y convertirse en la suripanta que cada noche golfamente emputecía de amor, alabando con su vientre la más brutal y honesta poesía carnal que ningún poeta maldito pudiera concebir si no era entre sus piernas.

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