jueves, 5 de enero de 2012

Crisálida

Gio McCluskey, NY, 2011


Una polilla interrumpía la luz de la vela que alumbraba tenue el silencio de la habitación. Tres veces intentó espantarla, pero la mariposa continuaba insistente con su vuelo hipnotizado alrededor de la luz de la candela.
Buscó algo con que atraparla, pero en la habitación solo había papeles, matraces, vasijas y silencio. Decidido a terminar sin interrupciones su lectura, tomó su camisa blanca y con ella improvisó una red. Sin remordimientos atrapó a la mariposa y con ella enredada, abandonó la camisa carcelaria en una esquina de la cama para continuar con su trabajo.
Cuando la luna estaba por abandonar el punto más alto del cielo, dio por terminado su trabajo de alquimista. Una vez desembarazado del pensamiento racional sintió hambre, se levantó y se dirigió a la alacena, pero la encontró vacía. Regresó a su mesa de trabajo y calmó su apetencia masticando un pedazo de papel cebolla.
Finalmente se dirigió a la cama, dejó caer pesadamente su cuerpo sobre el colchón de tablas y paja, se envolvió en las sábanas y en el sueño.
Horas después, despertó con la sensación de una pluma en pleno vuelo, que agradable dijo, aunque no oyó su voz en el silencio de la casa, y recordó sus años de infancia en el pueblo costero, cuando flotaba infantil en el agua salada soñando que volaba.
Se resistía a abrir los ojos, quería seguir soñando, estiró sus brazos, hiperextendió la espalda hasta el crujir de huesos, quiso apoyar los talones en el muelle de la cama, pero solo sintió vacío. Un frío le recorrió la espalda, como si estuviera desnudo. Cuando abrió los ojos, un blanco lechoso le difuminaba la mirada, volvió a cerrarlos, se los frotó con los puños cerrados esperando con ello quitarse las lagañas. Los abrió de nuevo, pero el blanco seguía ahí. Un blanco de ausencia, un blanco de miedo. Después de la sensación de libertad, le invadió una sensación desconocida, extrañaba el suelo, la tierra firme, el colchón de tablas, la sabana raída sobre su cuerpo.
La respiración se le hizo entrecortada, quiso gritar, pedir auxilio, pero solo un ruido extraño afloró de su garganta. El aire que salía de su nariz movilizó al aire a su alrededor, pero más que aire parecía neblina. Bajó los brazos por detrás de su espalda, estiró las piernas lo más que pudo, pero no había nada sólido en que apoyarse. Estiró un brazo y lo giró con violencia, sintió el giro de todo su cuerpo, pero la vista era la misma, en realidad no sabía donde era arriba ni donde era abajo. Su mente empezó a dudar, sabía que hablaba pero no se oía, sabía que se movía pero no avanzaba.
Cuando se llevó las manos a la cara, solo miró frente a sí, un par de membranas, casi velarias. Recorrió con la vista, el lugar que sabía, ocupaban sus muñecas, sus antebrazos, sus brazos, pero solo encontró dos prolongaciones articuladas y recubiertas de telillas, que salían por detrás y a cada lado de su cuerpo. Eran como dos velas extendidas esperando el soplo del viento.
¡Estoy delirando! pensó, estoy atrapado en mi propia pesadilla.
Cansado de tantos esfuerzos cerró los ojos, se durmió por tiempo indefinido en el blanco sudario de lo que fuera su cama. Cuando despertó, sin pensarlo abrió las alas, aleteó un par de veces para desprenderse del letargo y sin más ni más, se fue volando.

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