jueves, 2 de julio de 2009

Desde adentro


Algún lugar, Sta María la Rivera, D.F. Lucas Matus


Que angosta es la memoria de la nostalgia...


Ese día desde el octavo piso, la vista de la ciudad tenía un aspecto diferente y Erubiel no tenía la certeza de si era una nube incrustada en sus ojos o minúsculo polen expelido por las alas fracturadas de una mariposa nocturna e irremediablemente extraviada, pero eso poco importaba. No estaba para minucias.
Cuando perdió las alas no hubo diluvio suficiente para llenar los ríos de sus ojos, pero de eso había pasado mucho, mucho tiempo.
Sus pensamientos no eran propios o racionales o consecuentes en sentido estricto, aunque tampoco eran automáticos, torpes o vulgarmente insensatos.
Tenía la sensación de flotar en sus propios fluidos, como si su cuerpo fuera un contenedor extraño. ¿Un útero? ¿Un continente hermafrodítico? ¿Morir para nacer?
En el octavo piso, el borde ligeramente elevado que hacía las veces de límite de la techumbre ya no marcaba ninguna frontera, un paso más y estaría…
Esta consideración le hizo detenerse de pensamiento, palabra y obra. ¿Dónde? ¿Abajo? ¿Al fondo en la acera frente al edificio? ¿En una caja de pino, hecho calcomanía? ¿Atrapado entre la maraña de cables que cruzaban el espacio aéreo entre un poste y otro? ¿Volando sin rumbo fijo como globo sin dueño? ¿Liberado de sí mismo?
¡Qué absurdo es todo esto! dijo, con el pie izquierdo al filo de un paso congelado en un instante que tampoco tenía importancia. Una serie de imágenes llegaron a sus ojos casi ciegos: Un equilibrista de madera eternamente condenado a ser el fiel de una balanza que no era balanza, el personaje olvidado en un cliché que se mira a través del fotorama abandonado en el ático imaginario de la abuela inexistente, un pararrayos, un madero víctima de naufragio a la deriva, él mismo al borde del abismo.
Se acordó de ella, de sus ojos inmensos que tenían un dejo a mar y arena. El céfiro susurro una canción extraña en sus oídos, una extraordinaria calma le invadió.
Dejarse caer en el viento de esos ojos era negar el abismo bajo los pies como el ángel que se sabe sin dios y sin averno. Cerró los párpados y terminó de dar el paso.
Caer,
caer al vuelo sin caer,
casi humano, casi sangre,
casi ángel,
casi viento.

Amén

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