jueves, 28 de mayo de 2009

Hay veces voces que uno busca



Hay veces voces que uno busca, no para compartir el miedo,
aunque hoy igual
se lo platique de otra forma…


¿Sabe?

Anoche tenía miedo... un miedo absurdo pero cierto. Un miedo sin nombre o más bien tenía entre los ojos un nombre que da miedo nombrar.
Así que cobardemente me encerré entre estas cuatro paredes, eché el cerrojo y clausuré las ventanas, intenté escribir, (no desconecté el teléfono, ¡eso era demasiado! Por otro lado, era improbable que alguien llamara a media madrugada), pero apenas pude teclear un par de líneas y releer incansablemente otras que ya estaban escritas, unas sin acabar de entenderlas (una novelita mediocre, sin importancia) y otras repitiéndolas casi de memoria (cartografía efímera).
Medio vaso de vino tinto no fue suficiente para amedrentar al miedo ni para dejarlo salir, al final no hacía mucha falta, porque también clausuré la boca sellando los labios con el humo de quince tabacos. ¿Será autocensura? No lo creo, es asunto de vecindario, una cosa es que llenes de humo tu piso y otra, que grites por la ventana sin tener voz de borracho.
Poco a poco la sala se fue llenando de un humo denso, de fantasmas. La ausencia de un viento verdadero era tal, que permitía ver enrollarse al filo del cielo, las delgadas agujas de humo surgiendo de la brasa del cigarrillo consumiéndose en el cenicero.

El vientecillo que cotidianamente y a cualquier hora, se cuela por los resquicios de puertas y ventanas y que en ese momento discurría lento, casi inmóvil, permitía solo el mínimo recambio de aire requerido para no morir de asfixia.

Tony Lavin se repetía constantemente en un sax extravagante en la habitación del fondo… y yo, anclado frente a la pantalla, al borde del escritorio.
Sabía que no podía dirigirme a la habitación, la cama era como llegarse a la orilla del precipicio y aventarse sin alas al vacío. ¿Cómo dormirse con los ojos ciegos?

Para ese momento solo tenía dos opciones: abrir las ventanas o morir en el intento. Pensé en un cuartito de diazepam, pero la caja vacía en un cajón de un armario que hace las veces de botiquín, era la evidencia de su casi total incapacidad de proporcionarme al menos un sueño profundo, no tenía caso doblar la dosis (dicen que causa adicción…), así que deseché la idea.

Abrí las ventanas en la creencia de que tal vez el aire de las doce de la noche podría poner al miedo en su lugar. Muy en el fondo de mí, seguía esperando más bien al cansancio. Los momios se cargaban hacia el lado de usar el tiempo y no pensar. ¿No pensar? ¿Y cómo carajos puede alguien poner atención en algo, si no está pensando? Qué conflicto. ¿Yoga? ¿Meditación trascendental? ¿Reiki? ¿Y luego qué? ¿Te duermes? ¿Así de fácil?
El asunto no es dormir, sino lo que vas a encontrarte en el trayecto del sueño.

Opté por la forma más difícil, seguí aferrado a la máquina de escribir.
Pensé que no tenía que tener miedo de tener miedo. Sin embargo, me sentía como Montevideo sin Benedetti* …“Tengo tantos muertos hechos polvo entre las manos”…

Era media noche, las calles del barrio estaban vacías, todo sucedía acá dentro. En cualquier otro caso, el depa sería una fiesta, pero sin ruido, salvo que anoche no había invitados y tampoco había fiesta.
Preferí ser antisocial que mostrar mi cara de vagabundo sometido por el miedo. Era como la consigna de Garrick; si no podía hacer reír, tampoco tenía que hacer llorar.

Mantuve desconectado el cable amarillo de internet aunque la maquina no lo necesitara (tiene conexión inalámbrica). No importaba que pensaran que tengo hábitos de pollo. Dormir no es mi hobby, pero, bueno…
En un momento dado, estuve tentado a mirar por el ojo de la cerradura para saber si usted se encontraba del otro lado, pero mantuve el anonimato, preferí buscarla en otro momento menos inoportuno.

Cuando hubiera pasado el miedo.

Hoy es otro día.

Besos…

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