martes, 13 de julio de 2010

Clown asomado a la ventana de su apartamento sobre el local de Pompas fúnebres



El Clown Blasso


Sobre una misiva @



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Más sin en cambio (dicen acá. Sic), me recuerdo perfecto de ciertos viajes en la parte posterior de una “guayin”. ¿Se acuerda de las guayinas?
Manuel el “Chango” manejaba una guayin, una verdadera “lancha”, porque además su sistema de amortiguación era muy semejante al vaivén del agua de tan pesados que eran esos vehículos.
Tenía una gran cajuela, donde cabía todo un sofá (que ya venía integrado) que miraba justo en sentido contrario a la dirección del automovil. Unas fumadas, unas chelas y rolar por entre las calles y callejuelas, mirando la ciudad desde otro punto de vista.
Las casas de principios del SXX, se distinguían de las más modernas por sus balcones y ventanas. Si no había gente en sus balaustradas, había macetas llenas de flores en los barandales de hierro forjado o por lo menos cariátides adornando los dinteles de las mismas.
Cada cierto tiempo, Manuel el Chango gritaba colgado del espejo retrovisor, toquiroooooollll… mientras el auto sin conductor se pasaba un par de semáforos en amarillo casi rojo.

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Durante un tiempo inexplicable ocupé una oficina en el 7° piso de Guadalajara, esquina con Sonora. El lugar era medianamente amplio.
Un gran ventanal se extendía de pared a pared en el lado que miraba al oriente. La vista del cerro, el castillo de Chapultepec y los atardeceres violenta anaranjados hacían soportable la cotidiana burocracia que se respira por los siglos de los siglos en cualquier dependencia gubernamental, se encuentre ésta a ras de suelo en cualquier pueblo polvoriento o en el séptimo piso por encima del Metro Sevilla.
Atrapado en ese lugar que exigía oficio de comisión hasta para ir a los sanitarios, el ventanal siempre ofrecía una salida.


El cristal es tan diáfano que ni siquiera lo vemos,
Apenas lo intuimos.
Tan frágil para dejarnos caer al vacío
Tan duro para impedirnos saltar y hacernos pedazos en el vuelo.

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Me asomo por la ventana con la nariz pintada de negro y la cabeza al rape, buscando al payaso de enfrente.
Del otro lado de la calle, en el alféizar de un vitral en la iglesia de enfrente, está el gato de Cheshire que sonríe humanamente…

En el horizonte hay un azul que cae lento,
casi gris,
casi noche…

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