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Había una vez un caballo astronómico en algún lugar de la selva negra...
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El mono brincó (ostentosamente) desde su banano y caminó (monamente) hacia el estrado donde acomodó el micro sobre el pedestal hasta dejarlo a su altura e hizo pruebas de sonido,
ckkka ckkka, ckkka ckkka.
Sin previo aviso, eructó en dirección a la corte genuflexa de lambiscones que mientras tanto se masturbaban aduciendo lo excitante de su vigorosa presencia.
Golpeó ambos talones a manera de saludo militar, se ajustó la chaqueta y las charreteras, después pidió silencio al respetable y ordenó al coronel y sus diez mil milicianos que abrieran solemnemente la tapa del mausoleo donde descansaban (en paz), desde hacía 178 años, los restos del padre patrio de otros monos.
Una vez que levantaron la cubierta, suspensó un minuto la expectativa (eructó una vez más), engoló la voz y dijo:
Padre ¿eres o no eres o quién eres?…
¡Padre no estás solo!
¡En el trópico también sabemos cantar joropos y llaneras!
¡Por ti libraremos la madre de todas las batallas por la zoológica libertá y el colectivismo tarzánico de los pueblos!
En la selva, dóciles aplaudieron los aplaudidores oficiales.
Algunos levantaron piedras y esgrimieron al aire ramas a manera de armas.
A su lado, un monito (chiquito y mercenario) le lamía los guevos…
En el clímax del rito, a una sola voz todos corearon:
¡Mono, moooono, moooono!
El mono se irguió orgulloso, estaba exultante, diarreico, incontenible.
Petulante se rascó los guevos, eructó con fuerza pedorreica frente al micro, caminó vanidosamente hacia el banano y volvió a treparse en su rama.
Todos aplaudieron/
y también se rascaron los guevos.
…
Acariciando la vieja ojiva rusa de fabricación china que guardaba celosamente en su neceser particular, un otro mono aún más viejo y más gorila, desde su pivote de tierra en la mar océano inflamaba al vecindario vociferando salomónicamente (la vejez los vuelve sabios…y necios) en el micrófono abierto de la única estación de radio que trasmitía a lo largo y ancho de la selva:
¡Compañeros! ¡Frente a un ataque nuclear, no hay sombrilla de barita, plomo del 98%, ni bunker profundo que nos proteja!...
¡Solo la revolución nos salva!
¡Revolución o muerte! emitía la estación de radio en cada punto del arrecife haciendo eco al espíritu del paladín infalible.
En la plaza roja de la Sabana vieja de la selva, otros monos (igual de viejos) y dispuestos a envejecer hasta la momificación, con los corazones henchidos de genuino heroísmo, ckkka ckkkaban:
¡Mono, moooono, moooono!
…
Un artrópodo suspirante a primate, supuso que pensaba y diseñó el penúltimo manual del perfecto mesías en cinco pasos a saber:
1. Búsquese un héroe local de preferencia fracasado y úselo como modelo para hablar del sacrificio personal en aras del bien superior de la nación mona;
2. Haga de todas sus bravatas un acto de victimismo y heroísmo;
3. Búsquese un demonio local, de preferencia un oligarca en decadencia y úselo de su puerquito; con los otros, negocie bajita la mano canonjías y otros beneficios personales;
4. Hable siempre en tercera persona del plural y con referencias vagas a su origen divino;
5. Destile su veneno en diatribas contra todos los que se opongan a usted y sus ideas, y (muy importante) respetuosamente esconda la mano;
6. Opine de todo e insista, insista, insista: Cualquier propuesta opositora persigue siempre oscuros intereses, por lo tanto, los demás están equivocados, solo los monos buenos en voz usted tienen la verdad;
7. Inmole a sus secuaces más acérrimos e inscríbalos en el martirologio del movimiento por la novena república.
Al terminar tan peliagudo ejercicio, el artrópodo se incorporó en dos patas, se rascó la panza como intentando rascarse los guevos, sonrió satisfecho y dijo: ¿humano yo? ¡No!
¡Mono, moooono, moooono!
domingo, 25 de julio de 2010
Distopía monal
Cuentos del Crapocalipshit...
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