Paco Pacheco, Andrés Cisneros... y Lucas Matus haciéndolo al cuento
Texto pa la presenta del libro “Allí donde suenan las trompetas”
Antología realizada por Sergio García Díaz y otros nueve autores.
Hablar sobre un libro siempre implica una mínima responsabilidad, leerlo…
Escribir sobre lo escrito es aún más complicado.
Lo hago con la vergüenza del hombre sin camisa, del caminante devorador de titulares de las malas noticias nuestras de cada día, del despistado que espera reconvertir las hojas de papel periódico impresas con sangre por la hipocresía social y la brutalidad de nuestros días, en objetos que no nos ofendan tanto la vista: un sombrero, un libro o un barquito de papel; pero lo hago también, con la impudicia de las puertas de cantina, batiendo los rescoldos del café a la media noche con el afán del lector obsesivo, del comeletras…
El tiempo transcurre entre la estación del metro Pantitlán y avenida Sor Juana,
- Antes de la esquina por favor…
La micro se detiene fugaz en las esquinas,
da el laminazo,
se escurre una vez más,
son circuitos de ida y vuelta,
el chófer y la qué buena.
Dormitar,
ver a los de enfrente,
inevitable,
tus historias y tus espejos,
tú repetido...
Cayendo la noche en Nezayork, las ninfas cobran vida en las esquinas, las calles se convierten en cantinas, el chemo rifa,
las sombras pueden ser peligrosas,
sin embargo, no puedes mirarlas de lejos, caminan contigo.
Así, en las hojas de este libro hay un olor a desesperanza, a pasos con destino avasallado muy cercanos a hundirse en el fango de la nostalgia, no es el estómago el que sangra, es el corazón convertido en tinta y en carbón, en línea discontinua, emociones prolongadas en poesía.
En sus líneas, hay una sensación de calles creciendo ineludibles, reptantes, devastadoras, de sangre que se desata, de recuerdos arrancados a pedazos.
No sé,
leyendo este libro habría que preguntarse cuanto la geografía Neziana (palabra cuya raíz puede ser Neza, pero también puede ser necedad) se impone al apelativo del Bukowsky (porque en este país hay que ser muy necio pa Escribir y sobrevivir de lo escribido), cuantos se desgarran a sí mismos pa rescatarse y volverse a lanzar al propio infierno, al abismo, a la palabra, al veneno diluido, cianuro de escribir, azul casi morado, a las correcciones sugerencias del tutor.
¡A las ganas escribirlo así,
porqué así les dió la gana!
Perderse en la lectura, es un acto mágico, es la suplantación del tiempo y el espacio, es, hasta un acto vouyerista; en el caso del libro, es un asomarse impune a las emociones de los otros, los poetas
La noche transcurre oscura, luna creciente, camino de retorno a casa, otra vez… again, again, again…
Te bajas Allí donde suenan las trompetas, y enseguidita, enseguidita, te encuentras al Sergio GarcíaDíaz, que se da el timing del gourmet pa servirte un bufet de poemas largos, atreviendo el nombre, el propio y el de los demás, los cómplices, autores intelectuales, nueve navegantes que hacen escala en la casa del poeta las dos Fridas, lugar de reconocida filiación Bukowskyana, afincada entre la biblioteca y el taller, nomás faltaba que también la calle se llamara así.
Ninguno acaba de llegar (a la poesía). Y Sergio así lo reconoce, por ello, se atrevió a naufragar de esa forma, nos dice en la introducción. Se armaron de valor y de palabras los bardos navegantes, soñadores, y se aventuraron en las tinieblas con el bolígrafo desenvainado, por la necesidad primitiva de narrar y cantar, de exponerse a voz desnuda.
Haciéndola de abogado del diablo, usa el pretexto del poema largo pa darle voz a los poetas de MiNezota y nos quiere entretener con dialécticas de tres cuadras adelante pa hacernos más deseable la lectura, Sergio, cocinero de palabras.
Hay un reto en el poema largo: mantener el equilibrio, nos dice insistente, antes de dejarnos leer a los poetas.
¡No estamos hablando de una colección de fragmentos! Afirma tajante.
¿No estamos hablando de una colección de fragmentos?
Sí todos somos espejos de otros, fragmentos de historias transeúntes, encuentros y desencuentros, ansias, llegadas absolutas y huidas, la tinta derramada, el registro de la épica, ojos de los ojos, carne de mi carne siempre lejos, dice Héctor Marat en la apertura de los textos, Héctor, que en el apellido lleva la penitencia y muere irremediable a manos de un clavo que sin mediar guillotina es la carne preferida del caníbal llámese Diana o Beatriz o Lucía o perengana, olvidar para escribir.
Daniel García se desborda, hay que subirse al arca de Noé, soltarse la boca en el Día cinco de la loba en el paraíso; Daniel se oxidará al final atravesando con una daga los ojos del insomnio, sus propios ojos de despedida.
Recuerdos herrados a golpes de mazo, a cincel de olvidos, nostalgia de tres cuartos, casi una canción campesina, paso a pasito que no es cuestión de velocidad, sino de resistencia… porque el agua siempre vuelve a madre, terruño y río de nostalgia, Javier Serrato Vargas, nos conduce por el camino diluido del pasado, atropologándose a sí mismo en afanes sediciosos tal vez o en afanes que le arrastran la memoria, quién sabe...solo él y la abuela Catalina.
El frio se estaciona en la ventana, la calle está ahora silenciosa, estamos de regreso, detengo la narrativa y la tomo con mi voz, a Verónica, nos convertimos en eco, otra vez el espejo… Mudo el relámpago parió la desesperanza y fuimos inocentes como caimanes evadiendo el genocidio, estúpidamente lentos… nos sentimos de brazos caídos y ya no luchamos… se nos vuelven las manos ríos, nos angostan la garganta, trémula la lengua se desborda, féminamente la palabra se declara como el silencio del relámpago.
Felocráticamente reivindica al pavorreal, decimonónicamente se arranca el plumaje para tejer alfombras como persa y dormir el sueño de los justos en un harem que huele a niña. Alberto Vargas Iturbe llega y se va, sin necesidad de drogas ni cerveza. Se va…
Filadelfo se trasmuta en Caronte, navega por las aguas de la evocación, construye réquiems y mausoleos. Reclama los derechos de abordaje sobre las islas del inframundo y se instala en la geografía de Betty Zohar, recurre al silencio personal, al estilete de la palabra para nombrarla, al último escalón de la memoria, pronunciar su nombre, pronunciar su nombre, pronunciar su nombre, para no olvidarla.
Desde la tierra primigenia, identidad y destierro Jessica Adriana Gómez, escarba en todas las que son, en todas las que la habitan, piensa en la que deja jacarandas arremolinadas sobre su cama, la que teje hormigas, la que se desnuda de palabras, la que camina y se desanda, la de las batallas silenciosas, la que es origen y matriz, mujer y acertijo, maga etérea.
Desde el pretil del cuervo, asomado a la propia putrefacción de los sueños, Ezra Ailec observa y escupe, observa y escupe, grita, se asoma entre las cicatrices, se diluye en la agonía, y después abre los ojos…
Roberto Romero Aguilar declara sin más, que somos lo mismo, un puño de huesos, una calle, un retrato.
Somos historia de los nadie en calles envueltas en delirios, en muecas, en la jeta hecha girones.
Luna de sangre devórame como hiena entre cadáveres…
Moja la mona, no la hagas de pedo… no me estén chingando.
Sergio GarcíaDíaz emerge y se pregunta, patea una lata calcificada y se detiene, siembra una incertidumbre en el sentido de lo humano, discreto, mesurado nos muestra sus manos de hortelano de palabras, camina por la cuerda floja vista desde las alturas del equilibrista y allá va en busca del otro andamio, sabe de las infamias de los zapatos, percibe los conflictos del clavo entre oprimir y ser golpeado, de la lengua en la garganta, de pájaros invisibles, de bolillos y maletas…
Y bueno que he de decirle al maestro Checo, sino que a mí también
me gusta mirar las nalgas de mi vecina…
Amar en tercera persona del pluripersonal imperfecto, cada quien que se ponga las zapatillas que mejor le acomoden.
Desamamos a escondidas, esperando ingenuamente que un día él o ella nos lea, decirle en su cara lo lejana que era, lo torpe de su despedida.
Vomitamos las palabras que nos sobran, los sueños que nos indigestan la madrugada, la ausencia, la melancolía,
Y allá vamos andando
por allí
donde suenan las trompetas…
Enero 28, 2011
Letrán Valle, DF
Antología realizada por Sergio García Díaz y otros nueve autores.
Hablar sobre un libro siempre implica una mínima responsabilidad, leerlo…
Escribir sobre lo escrito es aún más complicado.
Lo hago con la vergüenza del hombre sin camisa, del caminante devorador de titulares de las malas noticias nuestras de cada día, del despistado que espera reconvertir las hojas de papel periódico impresas con sangre por la hipocresía social y la brutalidad de nuestros días, en objetos que no nos ofendan tanto la vista: un sombrero, un libro o un barquito de papel; pero lo hago también, con la impudicia de las puertas de cantina, batiendo los rescoldos del café a la media noche con el afán del lector obsesivo, del comeletras…
El tiempo transcurre entre la estación del metro Pantitlán y avenida Sor Juana,
- Antes de la esquina por favor…
La micro se detiene fugaz en las esquinas,
da el laminazo,
se escurre una vez más,
son circuitos de ida y vuelta,
el chófer y la qué buena.
Dormitar,
ver a los de enfrente,
inevitable,
tus historias y tus espejos,
tú repetido...
Cayendo la noche en Nezayork, las ninfas cobran vida en las esquinas, las calles se convierten en cantinas, el chemo rifa,
las sombras pueden ser peligrosas,
sin embargo, no puedes mirarlas de lejos, caminan contigo.
Así, en las hojas de este libro hay un olor a desesperanza, a pasos con destino avasallado muy cercanos a hundirse en el fango de la nostalgia, no es el estómago el que sangra, es el corazón convertido en tinta y en carbón, en línea discontinua, emociones prolongadas en poesía.
En sus líneas, hay una sensación de calles creciendo ineludibles, reptantes, devastadoras, de sangre que se desata, de recuerdos arrancados a pedazos.
No sé,
leyendo este libro habría que preguntarse cuanto la geografía Neziana (palabra cuya raíz puede ser Neza, pero también puede ser necedad) se impone al apelativo del Bukowsky (porque en este país hay que ser muy necio pa Escribir y sobrevivir de lo escribido), cuantos se desgarran a sí mismos pa rescatarse y volverse a lanzar al propio infierno, al abismo, a la palabra, al veneno diluido, cianuro de escribir, azul casi morado, a las correcciones sugerencias del tutor.
¡A las ganas escribirlo así,
porqué así les dió la gana!
Perderse en la lectura, es un acto mágico, es la suplantación del tiempo y el espacio, es, hasta un acto vouyerista; en el caso del libro, es un asomarse impune a las emociones de los otros, los poetas
La noche transcurre oscura, luna creciente, camino de retorno a casa, otra vez… again, again, again…
Te bajas Allí donde suenan las trompetas, y enseguidita, enseguidita, te encuentras al Sergio GarcíaDíaz, que se da el timing del gourmet pa servirte un bufet de poemas largos, atreviendo el nombre, el propio y el de los demás, los cómplices, autores intelectuales, nueve navegantes que hacen escala en la casa del poeta las dos Fridas, lugar de reconocida filiación Bukowskyana, afincada entre la biblioteca y el taller, nomás faltaba que también la calle se llamara así.
Ninguno acaba de llegar (a la poesía). Y Sergio así lo reconoce, por ello, se atrevió a naufragar de esa forma, nos dice en la introducción. Se armaron de valor y de palabras los bardos navegantes, soñadores, y se aventuraron en las tinieblas con el bolígrafo desenvainado, por la necesidad primitiva de narrar y cantar, de exponerse a voz desnuda.
Haciéndola de abogado del diablo, usa el pretexto del poema largo pa darle voz a los poetas de MiNezota y nos quiere entretener con dialécticas de tres cuadras adelante pa hacernos más deseable la lectura, Sergio, cocinero de palabras.
Hay un reto en el poema largo: mantener el equilibrio, nos dice insistente, antes de dejarnos leer a los poetas.
¡No estamos hablando de una colección de fragmentos! Afirma tajante.
¿No estamos hablando de una colección de fragmentos?
Sí todos somos espejos de otros, fragmentos de historias transeúntes, encuentros y desencuentros, ansias, llegadas absolutas y huidas, la tinta derramada, el registro de la épica, ojos de los ojos, carne de mi carne siempre lejos, dice Héctor Marat en la apertura de los textos, Héctor, que en el apellido lleva la penitencia y muere irremediable a manos de un clavo que sin mediar guillotina es la carne preferida del caníbal llámese Diana o Beatriz o Lucía o perengana, olvidar para escribir.
Daniel García se desborda, hay que subirse al arca de Noé, soltarse la boca en el Día cinco de la loba en el paraíso; Daniel se oxidará al final atravesando con una daga los ojos del insomnio, sus propios ojos de despedida.
Recuerdos herrados a golpes de mazo, a cincel de olvidos, nostalgia de tres cuartos, casi una canción campesina, paso a pasito que no es cuestión de velocidad, sino de resistencia… porque el agua siempre vuelve a madre, terruño y río de nostalgia, Javier Serrato Vargas, nos conduce por el camino diluido del pasado, atropologándose a sí mismo en afanes sediciosos tal vez o en afanes que le arrastran la memoria, quién sabe...solo él y la abuela Catalina.
El frio se estaciona en la ventana, la calle está ahora silenciosa, estamos de regreso, detengo la narrativa y la tomo con mi voz, a Verónica, nos convertimos en eco, otra vez el espejo… Mudo el relámpago parió la desesperanza y fuimos inocentes como caimanes evadiendo el genocidio, estúpidamente lentos… nos sentimos de brazos caídos y ya no luchamos… se nos vuelven las manos ríos, nos angostan la garganta, trémula la lengua se desborda, féminamente la palabra se declara como el silencio del relámpago.
Felocráticamente reivindica al pavorreal, decimonónicamente se arranca el plumaje para tejer alfombras como persa y dormir el sueño de los justos en un harem que huele a niña. Alberto Vargas Iturbe llega y se va, sin necesidad de drogas ni cerveza. Se va…
Filadelfo se trasmuta en Caronte, navega por las aguas de la evocación, construye réquiems y mausoleos. Reclama los derechos de abordaje sobre las islas del inframundo y se instala en la geografía de Betty Zohar, recurre al silencio personal, al estilete de la palabra para nombrarla, al último escalón de la memoria, pronunciar su nombre, pronunciar su nombre, pronunciar su nombre, para no olvidarla.
Desde la tierra primigenia, identidad y destierro Jessica Adriana Gómez, escarba en todas las que son, en todas las que la habitan, piensa en la que deja jacarandas arremolinadas sobre su cama, la que teje hormigas, la que se desnuda de palabras, la que camina y se desanda, la de las batallas silenciosas, la que es origen y matriz, mujer y acertijo, maga etérea.
Desde el pretil del cuervo, asomado a la propia putrefacción de los sueños, Ezra Ailec observa y escupe, observa y escupe, grita, se asoma entre las cicatrices, se diluye en la agonía, y después abre los ojos…
Roberto Romero Aguilar declara sin más, que somos lo mismo, un puño de huesos, una calle, un retrato.
Somos historia de los nadie en calles envueltas en delirios, en muecas, en la jeta hecha girones.
Luna de sangre devórame como hiena entre cadáveres…
Moja la mona, no la hagas de pedo… no me estén chingando.
Sergio GarcíaDíaz emerge y se pregunta, patea una lata calcificada y se detiene, siembra una incertidumbre en el sentido de lo humano, discreto, mesurado nos muestra sus manos de hortelano de palabras, camina por la cuerda floja vista desde las alturas del equilibrista y allá va en busca del otro andamio, sabe de las infamias de los zapatos, percibe los conflictos del clavo entre oprimir y ser golpeado, de la lengua en la garganta, de pájaros invisibles, de bolillos y maletas…
Y bueno que he de decirle al maestro Checo, sino que a mí también
me gusta mirar las nalgas de mi vecina…
Amar en tercera persona del pluripersonal imperfecto, cada quien que se ponga las zapatillas que mejor le acomoden.
Desamamos a escondidas, esperando ingenuamente que un día él o ella nos lea, decirle en su cara lo lejana que era, lo torpe de su despedida.
Vomitamos las palabras que nos sobran, los sueños que nos indigestan la madrugada, la ausencia, la melancolía,
Y allá vamos andando
por allí
donde suenan las trompetas…
Enero 28, 2011
Letrán Valle, DF
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